2012/11/07 por Josu Erkoreka
Los deslumbrantes destellos que habitualmente iluminan las elecciones presidenciales norteamericanas -un carrusel publicitario ruidoso y multicolor- han restado notoriedad informativa al hecho de que, aprovechando la cita con las urnas, los puertorriqueños han sido consultados una vez más sobre el estatus político que prefieren para articular su futuro colectivo.
En efecto, además de elegir gobernador, comisionado residente en Washington, diputados y otros representantes políticos, los ciudadanos del Estado Libre Asociado de Puerto Rico han podido votar, también, para manifestar si desean que la comunidad política a la que pertenecen continúe con el estatus vigente o prefieren que opte por alguna de las siguientes alternativas: a) Convertirse en una nación independiente y soberana, b) Integrarse plenamente en la Unión, como Estado número 51, o c) Mejorar el autogobierno actual, asumiendo nuevas facultades y atribuciones soberanas.
Es la cuarta vez que los puertorriqueños son consultados sobre el tipo de relación jurídico-institucional que desean mantener con los EEUU. Desde que en 1952 se constituyó el Estado Libre Asociado de Puerto Rico, sus ciudadanos se han pronunciado sobre el particular en tres ocasiones: en 1967, 1993 y 1998. En ninguna de ellas se decantó una mayoría favorable a la sustancial mutación del estatus vigente. Pero los tiempos cambian, la opinión de los ciudadanos evoluciona y nada impide que las mayorías que ayer se impusieron puedan inclinarse hoy hacia soluciones distintas. De ahí que se haya decidido repetir la consulta, aprovechando la jornada electoral del 6 de noviembre.
Según las informaciones de las que se dispone en este momento, parece que en el plebiscito de ayer se impuso la opción favorable a lo que en el debate político local se conoce como la “estatidad”, esto es a la plena integración de Puerto Rico en los EEUU, como un Estado más. No sé si el escrutinio final ratificará esta orientación de la mayoría. Ya se verá. Pero lo que hoy quisiera destacar es el hecho de que los puertorriqueños han sido consultados sobre el estatus político y no se ha precipitado el apocalipsis, ni se han desplomado los cielos sobre la tierra. No ha pasado nada. O, mejor dicho, no ha pasado nada que no sea normal en un contexto democrático. Los ciudadanos se han expresado con libertad en las urnas y quienes tienen que adoptar las decisiones pertinentes -la plena incorporación a los EEUU ha de ser acordada por la Cámara de Representantes- cuentan con información fiable de primera mano sobre lo que desea la mayoría.
Es una buena lección para quienes no paran de hacer aspavientos cada vez que se plantea entre nosotros una consulta para recabar la voluntad de los ciudadanos sobre el estatus político futuro de la comunidad en la que viven.