Publicado el 29 julio, 2016 por Sergio Blanco y Juan Carlos Pérez Álvarez
“Crearemos dos millones de empleos en los próximos cuatro años”. Con esta vaga sentencia, entre otras, la mayoría igual de vagas, Mariano Rajoy ha ganado las Elecciones. Puede que a primera vista podamos pensar: ¿y qué puede salir mal? o todo va a ser maravilloso, todo va muy bien, porque se está creando mucho empleo y eso es bueno, pero, al igual que un árbol, en la economía no todo vale ni todo es maravilloso. La raíz es el sustento de todo el árbol, y si esta raíz es poco profunda, se apoya en terrenos blandos o se seca fácilmente, todo el tronco del árbol, con ramas, hojas, flores y pájaros precipitará violentamente hacia el suelo. Nos tenemos que preguntar ahora cuáles están siendo las raíces vigorosas (expresión textual de nuestro Presidente en funciones) del crecimiento económico. Tenemos que desgajar el proceso de recuperación, y con pensar un poco y fijarse en algunos elementos muy visibles para los cuales no se precisan de conocimientos avanzados de economía, sino de una pizca de sentido común, podemos percibir que la recuperación tiene dos fallos graves que no se están subsanando, más aún, parece que los algunos se sienten orgullosos de esos fallos.
En primer lugar, es bien conocido que se está creando (aporte el lector el matiz irónico si desea) empleo. Empleo precario. Sí, esta afirmación también puede sonar vaga, no así cuando sabemos que en este país hay millones de trabajadores que, aún trabajando (muchos de ellos en condiciones de semiesclavitud) siguen estando bajo el triste umbral de la pobreza. Ese es el primer problema al que se enfrenta la recuperación, el cual nos ocuparía otro extenso artículo. El segundo problema, y este no es nuevo, es el problema sectorial. Estamos basando la recuperación en los mismos sectores que nos han traído hasta aquí, estamos volviendo a crear una economía de burbuja, altamente inflamable, y lo que es peor aún, dependiente en enorme medida de la marcha de las economías exteriores. En España, con las honrosas excepciones en las cercanías del Nervión y los angostos pero ricos valles vascos, llevamos cuarenta años abandonando la industria a su suerte, nos tiramos a los brazos de la burbuja del turismo, de la construcción desmedida, de la dependencia exterior del petróleo (siendo España uno de los países más soleados, ventosos y con más embalses del mundo). Nuestras autoridades prefieren ponerse en manos de un millonario americano con intenciones de construir un nuevo Las Vegas en las cercanías de Madrid antes que intentar regresar la exiliada siderurgia. Es lógico, es más fácil tejer telas corruptas en Eurovegas que en un complejo industrial y el dinero llega más rápido con hoteles y casinos que con fábricas. Las consecuencias ya las pagarán otros. Trabajadores pobres, fuga de cerebros y un sinfín de efectos negativos que acaban por provocar un empobrecimiento económico y cultural de la sociedad.
Si algún lugar del mundo es conocido y reconocido como el origen de la revolución industrial que aún sigue reverberando en las economías del mundo actual sería Inglaterra, con el encuentro del ferrocarril, tras el descubrimiento de la máquina de vapor, motor de la aplicación científico y técnica de los descubrimientos que se basaron en… una nueva concepción. Contrariamente a lo que se piensa, Adams en La riqueza de las naciones habla de la intervención del Estado contra las entidades privadas de los gremios que obstaculizaban el libre comercio y la economía de libre mercado. El siglo XIX fue el siglo clave. Y las historias son de larga duración, por sedimentación y poso. Zamora no se conquistó en una hora, ni una economía próspera se erige en unas pocas décadas. La realidad política influye en la situación económica. Las Españas (sí, en plural) llegan con mal pie en el siglo XIX. A influencia del jacobinismo apuesta por construir algo desde una nueva planta. A impulsos exógenos. Desde el centralismo político francés y desde lo industrial en lo económico. Aunque ni lo uno ni lo otro se hizo con sentido común.
A lo largo del siglo XIX en España el primer ferrocarril se instauró en Catalunya, para dar servicio a las industrias existentes. El primer ferrocarril en Madrid fue para conectar sitios reales para los príncipes. Distinta concepción. Madrid era una capital política, pero no era una capital económica. La burguesía de Euzkadi, de Catalunya o Andalucía tampoco lograba del todo imponerse en sus propios territorios. Necesitaban de la fuerza de un Estado y su poder coercitivo para asentarse en sus territorios y hacerse con el dominio detrás del escenario en el marco del Estado Español. Es por ello que se dieron las guerras civiles, 3 en el siglo XIX, las llamadas carlistadas, pues el marco estructural económico es un factor que se dio. Vencieron los Cristinos, los que llaman liberales (algo dudoso que lo fueran) y que entre los vascos se llamaron guiristinos, de ahí viene la denominación de guiris a los extranjeros, fundamentalmente los ingleses, que apoyaron, incluso con soldados en el terreno, a las fuerzas de la futura Isabel II. Asimismo, el uso de unas fuerzas externas para imponerse en el interior siempre ha sido en España causa de futuros conflictos. Y así ha sido la deriva posterior.
Dicen que en la antigua Grecia ya se había inventado la máquina de vapor, y que no era el momento, por el que ese inventó, cuyo resto más visible hoy es la máquina de antiquitera, se utilizó en los templos y similares, en apertura “mágica” de puertas, estatuas parlantes y demás ayudas a las supercherías de entonces. La cuestión no es tanto la existencia de un invento, la tecnificación, sino la visualización de su necesidad, su apuesta. Y en unas zonas, una apuesta por la mejora, el crecimiento, el comercio… en el caso vasco sin duda ayudó al comercio exterior el hecho de tener las aduanas en el Ebro hasta 1841, siendo toda Euzkadi a efectos prácticos un puerto franco. Elementos como la foralidad, que protegía una ordenada extracción y exportación de los recursos naturales vascos. Sin duda la constitución de medios financieros en la segunda mitad del siglo XIX fue de ayuda para construir una economía en crecimiento. Es una pena que dicha construcción se hizo desestructurada, territorializada, por la fuerza de los hechos. De haber sido por la voluntad política del centro igual hubiera sido de otra manera, pero las condiciones estructurales políticas hicieron inevitable el modelo impulsado desde el siglo XIX hacia el siglo XX, en el que los hechos de las nacionalidades en Euzkadi, Catalunya, Galiza o Andalucía iban a ser una realidad sobre la mesa, de una u otra manera.
La edad de oro de la economía fabril y productiva en España llegó, y muy especialmente en Euzkadi, en los años sesenta del pasado siglo. Es evidente que ese modelo de explotación industrial, particularizando ya a la ribera del Nervión, no podía durar mucho y no era compatible con la modernidad limpia y descontaminada de la que disfrutan ahora los cientos de miles de habitantes de la región, pero sí que esa transición postindustrial podría haberse hecho de una manera más orientada hacia el mantenimiento de la producción interior, en vez de favorecer el cierre de altos hornos, acerías, astilleros, etc. A pesar de su funesto término, en estas décadas se producía y, aunque suene poco riguroso, es técnicamente cierto que en España se hacían cosas. Cuando hubo que adaptarse a la Unión Europea, de repente todo eso no valía para nada, salía caro y era mejor llevárselo a China. No importaba que España vendiese barcos a toda Europa, que hiciésemos productos manufacturados, que los Altos Hornos de Vizcaya empleasen a más de veinticinco mil personas, lo que primaba entonces y sigue haciéndolo ahora, es el dinero rápido y un sector terciario hoy hipertrofiado.
Huelga decir que en los años sesenta se pudo producir ese crecimiento industrial por algunos factores coincidentes, entre los que cabe destacar una situación de paz europea y prosperidad económica sin precedentes, que permitió a las fábricas españolas dedicarse a la exportación de productos que hoy día importamos. También fue debida a unos costes laborales inferiores a la media europea, que permitieron la exportación fácil, favorecida aún más por la devaluación de la peseta. El hecho es que, en 1970 se alcanzó el pico en población dedicada a la industria, con más del 30%. Las empresas públicas y las cooperativas industriales empleaban a una enorme cantidad de trabajadores en diferentes actividades del sector secundario. Toda esta actividad industrial proporciona un valor añadido a nuestros productos, que es realmente la diferencia entre las economías potentes y las dependientes de éstas. A pesar del crecimiento económico, del relativo bienestar social y de las exportaciones generadas por la industria, su reconversión (eufemismo de aniquilación) parecía inevitable con la llegada de los tiempos de la UE.
En la segunda mitad del siglo XX hubo dos vertientes a la construcción de una industrialización, más bien acelerada, de los llamados países del tercer mundo. Una es la vía hispanoamericana, fundamentalmente Argentina, de Industrialización por Sustitución de Importaciones, en el que se va construyendo los elementos de industria en el propio país para no depender de de lo producido en occidente. En la misma época en países del sureste asiático como Taiwán, como Corea del Sur, Singapur… se dio otro modelo, basado en el libre comercio y en la importación masiva de productos. Al final, ambos dos tuvieron su crisis. En los años 70 llegó la crisis del petróleo y el cambio del modelo productivo en Occidente. Las grandes industrias pesadas se convirtieron en obsoletas, las técnicas de producción para la eliminación de stocks cambiaron, llegó el toyotismo en los 80 que sustituyó al fordismo de los años 20. Una reconversión industrial se impuso. En España hubo dos vías. Una, decir que la mejor política industrial era la que no existía. La otra fue apostar por nuevas formas de industrias. Una que apostara por maximizar el valor añadido. Investigar, innovar, desarrollar la inteligencia. Es por eso que las primeras políticas de I+D en el estado español las impulsó el Gobierno Vasco en 1981. En el mundo se había impuesto que la economía productiva se debía llevar al tercer mundo, terciarizar la economía en el primer mundo. Tal concepto avanzó en los años finales del siglo XX, aún cuando suponía un riesgo para la seguridad económica, occidental, europea y española. Sin duda la proyección empresarial ha ido por delante de la política, así se explica la deslocalización empresarial intentada. La clave siempre ha sido el mantenimiento de capacidades, de toma de decisión, en el territorio matriz de la empresa. El cambio de una economía productiva a otra cosa dura su tiempo. No es fácil. Y el autarquismo y una clase económica ligada al franquismo habían impedido la libre competencia y la renovación empresarial interna. Ahí estuvo el choque. Las decisiones en tanto a las dos posibles vías de reconversión de los años 70 tienen su repercusión 4 décadas después en la crisis que sobrevino al segundo mandato de Zapatero.
Nos encontramos pues en la actual tesitura socioeconómica. En pocas palabras, podemos decir que la economía española no tira, y lo poco que tira, es hacia el lado equivocado. Hay quienes sostienen que el modelo económico actual es bueno, que en unos treinta años España será la “Alemania del sur”. Permitan estos visionarios que se dude ampliamente de sus predicciones. El modelo actual es totalmente insostenible, no es más que la suma de una serie de decisiones erróneas y caciquismos políticos que nos han llevado a ser una especie de parque de atracciones europeo. ¿Nos tenemos que sentir muy orgullosos de que a España vengan más de 70 millones de turistas? Yo me pregunto qué sería de nosotros con un clima como el de Suecia o qué será de nosotros cuando vuelva una crisis a Europa y dejen de venir guiris. ¿Qué pasará con los hoteles españoles cuando la paz acabe llegando al norte de África y los alemanes y británicos vean que aquellas tierras poseen nuestro clima con unos precios inferiores? No podemos sostener nuestra economía en nuestro mastodóntico sector terciario porque, sencillamente, es el más volátil de los tres, especialmente la hostelería.
Estamos reentrando en una burbuja inmobiliaria y de servicios, y sabemos de sobra; porque ahora nadie puede decir que no podíamos prever las consecuencias; que acabará explotando. Y cuando la economía explota solo sobreviven los sectores resistentes. España no tiene una base industrial fuerte como tienen Francia y Alemania, España además tiene un paro estructural brutalmente alto y una economía sumergida de un peso enorme, ¿de verdad alguien puede creer que eso se va a solucionar solamente con empleos de camareros, dependientes y socorristas de apenas el salario mínimo, o ni eso? No podemos aspirar a convertirnos en la Alemania del sur si basamos nuestra recuperación en construir de nuevo bloques de pisos deshabitados. Ya pudimos experimentar el crecimiento desmedido de la burbuja en los tiempos de Aznar, en los cuales se supone que se crearon cinco millones de empleos, de los cuales durante la crisis se han destruido más de tres millones. Estas cifras ya de por sí reflejan una volatilidad del mercado laboral y de nuestra economía anormalmente alta. Si ahora apostamos por esa vía, la vía de la precariedad, de la temporalidad, de la burbuja, del turismo sin medida, de la economía ficticia y de la especulación no proporcionaremos ningún valor añadido a nuestros productos, simplemente seremos un mero canal de trasvase de capitales. No podemos permitir que esto suceda, tenemos que moderar nuestra hipertrofia terciaria y favorecer la reentrada en España de las industrias exiliadas y abandonadas; no quizá de la misma forma en la que marcharon al tercer mundo, sino mediante la ampliación de los proyectos de alta tecnología y la recuperación de sectores otrora punteros y hoy ya obsoletos.
¿Es posible impulsar una economía productiva? Sí. Empezando por des-sacralizar el error. La vida es probar, y fallar. Muchos proyectos se deben intentar antes de tener éxito, el éxito inmediato raras veces ocurre. La vía sencilla al éxito no existe. Inculcar el valor de la perseverancia, de apostar, de asumir un riesgo razonable es un primer paso ineludible. Una cultura del emprendimiento, de producir, de construir, de hacer, de llevar adelante lo que uno cree puede aportar al conjunto de la sociedad, desde su rincón cada cual. Una educación que no es sólo formal o reglada, y no se puede dictar por una norma desde un parlamento, sino en la sociedad, en los padres, grupos de amigos o líderes de opinión que nos rodean. En el frontispicio de la foralidad vasca está el “ni yo sobre ti, ni tu sobre mí, no imponer, no impedir”. Aplicado a la economía productiva pudiera significar una sincera cooperación público-privada que fundara sinergias compartidas, con lo bueno de ambas realidades. Un ámbito público profundamente democrático y transparente, eludiendo la captura de Estado, siendo dueño de sus instituciones los ciudadanos, con pluralismo institucional y pluralismo político. Un ámbito privado que realmente lo sea, sin estar dopado por lo público, asumiendo riesgos, y las consecuencias que esto trae. Que no intente capturar lo público. Y no tenga esa necesidad. Una cooperación público-privada que tiene muchos ejemplos, como el marco AIC de Amorebieta, que espera poder reproducirse desde la automoción en la energía. Aunque hay un ejemplo de lo malo que supone esta realidad en España. El hub de Gas de Bilbao.
Bilbao es un núcleo de telecomunicaciones y energético, además de financiero y económico, desde mediados del siglo XIX. Bilbao, a impulso de Kutxabank e Iberdrola hizo un hub de gas. Un nodo de circulación del gas. A la entrada de Bilbao existe una planta de ciclo combinado, llamada Bahía de Bizkaia. Un elemento muy importante, que se añade a “la gaviota”, enfrente de Bermeo. Un elemento, el hub de gas, que en 2015, aún con mayoría absoluta, hubo de ser defendido por el grupo vasco, pues en una de esas leyes que hizo el PP, apostó por crear de la nada un hub de gas en Madrid, y que fuera el único existente en España, a pesar de que el de Bilbao tenía ya tradición. Un año después el hub de gas de Bilbao ha sido obligado a integrarse en el de nueva creación hub centrado en Madrid, con unos detalles por determinar. Sirva el ejemplo que la aspiradora económica de Madrid, que ejerce de capital, por el hecho de ser la sede de las instituciones del Estado y, como en otros siglos, ser villa y corte del estado, ayuda a descapitalizar y desindustrializar y a desincentivar la construcción de centros y núcleos productivos fuera de la capital del reino. La clave, la toma de decisiones, es fundamental para el sostenimiento futuro de esas economías productivas. Así lo debiera ver España con respecto a empresas que ya no tienen su sede en España. Desvestir un santo para vestir otro dentro de la misma iglesia es un error a erradicar de una vez. Sirva el ejemplo de la federación de surf vasca. Competía a nivel internacional, por ausencia de una federación española de surf que se hizo exclusivamente para copar y rebajar a la federación vasca e intentar obstaculizar o evitar esa participación directa de deportistas vascos con la ikurriña por bandera. Construir debe ser en positivo, sin arrebatar lo que otros tienen. En valores positivos, de valor añadido, desde el lugar en el que se esté, y con una distribución y dispersión territorial que impida los desequilibrios, y sin forzar un equilibrio artificial que no perdure en el tiempo. En todo caso, igualar por arriba, no por abajo. Dar al que no tiene, no expropiar a quien ya tiene.
Una economía productiva que apueste por generar inteligencia, patentes, valor añadido. Que apueste por lo propio, como valor que conecte lo local con lo global. Sin la cultura propia, el esquema I+D+i se queda cojo. Y, si, para la economía productiva es imprescindible reconocer la plurinacionalidad del Estado. Las diversas culturas que existen en España no es sólo música folklorica, alfarería más o menos vistosa, gastronomía, también pueden incorporar una visión de lo económico, de lo productivo, de las relaciones laborales y de la conexión del medio con el tejido productivo. Una vinculación que existe, y que es más contemporánea que nunca. Más moderna que nunca. En 1985 se hizo el primer parque tecnológico del Estado en Zamudio. Ahora, apostar por proyectos del conocimiento es fundamental, como el que fue proyecto de espalación de neutrones. En ámbitos internacionales España no defiende los intereses de todos, sino de algunos. Es por eso que se han perdido oportunidades de economía productiva o de proyectos con otros países. Ir a las bases, a los fundamentos. Estructura financiera propia, energética… Una base desde la que construir un marco avanzado. Es por eso que la ausencia, provocada por las crisis de las cajas de ahorro, su concentración y su traslado, de sus sedes, a otras comunidades, ha hecho imposible a algunas comunidades poseer un sistema financiero propio que apoye e impulse proyectos de economía productiva. La sangre es el dinero. Debe fluir. Sin dinero no hay proyectos ni progresos. Es por ello que antes que nada, primero, las infraestructuras. Después es cuando se puede hablar de las superestructuras.
España ha perdido muchos trenes que se dirigían al futuro. Uno de ellos fue el proyecto Islero. No por tener armas nucleares, sino por los proyectos derivados, de know how que se hubieran derivado de haber sido el quinto país en el mundo en descubrir el método termonuclear de Ullam Teller, entre 1966 y 1974. Ciencia y tecnología en España a veces suena a cienciología. Europa apuesta a que las economías de la Unión tengan un peso mayor del 20% de industria en su PIB. Euzkadi ya tiene ese objetivo conseguido, pero menor que antes de la crisis. Hay que crecer. España, en cambio, ronda el 14%. Y el horizonte es 2020. Ahora está la industria 4.0 y se ha demostrado, en cuanto a la construcción, que una crisis es letal con el ladrillo y muy agradecida con un empleo, el industrial, que cuesta mucho sacar adelante, sumar población activa, pero resiste muy bien en las vacas flacas. He ahí un efecto muy positivo de diversificar entre los sectores productivos de la economía. España aún ha de transitar hacia un marco mejor, más competitivo, más seguro, y más innovador. A veces no hay que ir lejos, a países occidentales, europeos, a aprender como se hacen bien las cosas. La propia comisión europea se ha fijado en Euzkadi como modelo en muchos ámbitos. Nadie es más que nadie, y nadie es perfecto. Aprendamos a hacer, más allá de palabras huecas, simplismos y simplificaciones, un futuro mejor. De economía productiva. En una España industrial. Una España que merezca la pena. Una España en la que el óxido no sea algo sobrevenido, por sorpresa, sino, únicamente, algo reservado a las obras de arte de… Chillida.