A veces es complicado esto de buscar la paz. Conviene, antes de nada, tener un buen diagnóstico, y conocer las partes del conflicto. Y porque cada una de ellas se encuentra en conflicto, en apariencia, de manera irresoluble y, además, para los restos de la eternidad. Y aprender que quien no conoce su historia comete el pecado cuya pena conlleva la repetición, y no precísamente necesariamente de las mejores partes. Sin duda, la historia no puede prejuzgar el futuro, pero sin ella, sin un suelo del que partir, sin una raíz, los asuntos serían demasiado etéreos y faltos de alma como para escapar de una frivolidad constante.
Arafat no quiso la paz. Corto? Si. Pero es la verdad. Una verdad que empieza cuando los países árabes no quiseron aceptar la partición de Naciones Unidas. Ah, que no, que era de la Sociedad de Naciones en 1921 la primera partición, en la que se crea la actual Jordania. Bueno, la partición de 1947. Querían echar a los judíos al mar. O que volvieran a Europa, con esos vecinos que miraron para otro lado, cuando no colaboraron, en la deportación a campos de exterminio. Algo aberrante y humanamente irracional, visto que el pariente de Arafat, el mufti de Jerusalém, pasó 1941 en Berlín con Hitler. Y hasta los años 90, década tras década, los árabes hicieron la guerra a los judíos para la “liberación de palestina”.
Cuando llegó Clinton el asunto estába en el punto justo para la búsqueda de la paz. Aún así la cosa se resistió tanto que fue en el año 2000 cuando la cosa pudo cristalizar, amenazado por Ariel Sharon (y los suyos). En una cumbre en Camp David llegaron al límite. Y se iban a ir. Algunos negociadores, con las maletas hechas, se encontraron en un bar de las instalaciones y … vieron pasar un tren que puede que no volviera. Y retomaron el diálogo, desarmaron las maletas y casi llegaron a un acuerdo. Ataron todos, bueno, casi todos los puntos. Salvo dos. El retorno de los “refugiados” (sic) y el tema del este de Jerusalém como capital. Todo lo demás atado. Y poco antes de la partida de Bill Clinton en enero de 2001, en la cumbre que se hizo en Egipto, pudo haberse dado un paso de gigante. Y Arafat se negó a darlo, por el miedo a que le pasara lo mismo que a Isaac Rabin. Ser valiente y enfrentarse a los propios, aunque te acusen de traidor, por la convivencia pacífica en el futuro.
Se podrán decir muchas cosas, pero Israel es el único estado de la zona en que un Primer Ministro o un Presidente pueden ser hechos dimitir, juzgados o ir a la cárcel por corrupción. O que uno de sus militares sea condenado a prisión por tribunales por crímenes en el curso de sus tareas de defensa de la patria de los judíos: las y los israelíes. Las personas. Después de Clinton vino Bush, que estaba a sus historias, y después Obama, que llevó hasta el extremo su odio a Netanyahu hasta el punto de perjudicar a Israel. Decían que Hillary era la candidata de Sion. Trump pondrá la embajada de EEUU en Jerusalém, la capital de Israel, como ente indivisiblemente hebreo. Y puede que haya más. La paz, como dicen los cuáqueros, está en el centro, o, digamos, en el punto medio. En 2001 ese punto lo encontraron. Ahora, tendrán que asumir sus consecuencias. Con Trump. O ir a lo sencillo. Exiliarse en La Paz, a lo Plan Andinia, pero al revés. Con permiso de Evo Morales, por supuesto.