A veces se nos olvida, porque la memoria es de mecha corta (y se suele, por lo menos, intentar, jugar con eso), que hasta julio de 2018 estuvo un señor gallego de barbas llamado Mariano Rajoy. No fue un presidente pésimo, tampoco de los mejores. Y en esas llegó la primera moción de censura, obviamente, constructiva, que salió triunfante. Y volvió el psoe en la persona de Pedro Sanchez Pérez de Castejón. Y es que Si Rajoy llegó no por victoria propia, sino por derrota y desgaste del PSOE de Zapatero, Sanchez llega por el desgaste y descalabro del PP. Y con el surgimiento (¿definitivo?) de una situación fragmentada en 4 primero y luego en 5, más acompañantes “periféricos”. Y entre todo eso, se puede decir, que el socio más fiel de Rajoy, y de Sanchez, hasta la llegada de Mazón y del PRC, ha sido el mismo. Alguien que ha puesto encima de la mesa una visión de estado cuando su estado es otro. Mandan ostras que sea el portavoz del grupo vasco quien deba poner cordura, pero así ha sido. Y lo seguirá siendo en el futuro.
Suele olvidarse que este es un sistema parlamentario. Como en muchas partes del mundo, no se elige presidente del gobierno. Son convencionalismos que se hacen para dar cara visible e identificar al elector con alguien en concreto como tractor de un proyecto, en principio, colectivo, de un grupo de gente, con una ideología y propósito común. Las nuevas circunstancias, de la nueva política, sobre todo, han tendido a dar vaciamiento al discurso, quitar contenido y valorar lo superfluo y evanescente. Ese es un problema. Y en tanto que de un tiempo a esta parte han colisionado los dos formatos, el presidencialista, sobre el parlamentario, formal, y se ha dado la ruptura (¿temporal?) del “tradicional” bipartidismo en el escenario de la política española, el problema se revela con toda su crudeza. Y es que se obliga a hacer primarias, como en Estados Unidos, pero en sistema no es ese, y se necesita llegar a acuerdos en el Congreso (y, porque no, en el Senado). Y ahí es donde falla el asunto.
El problema estriba en que todos, los cuatro hace un cuarto de hora, ahora los cinco, se ven ganadores. Y siendo presidentes en la Moncloa. No sabemos como, pero todos lo saben, como llegar, en un cierto tiempo. Y no quieren sacrificar sus posibilidades de erigirse ellos en líderes de todo y de todos. Podemos estuvo a punto de superar al psoe. Y el psoe se quiere vengar de podemos a llevarlo a la irrelevancia. Ciudadanos quiere superar al PP y convertirse en el nuevo PP, blanco y sin mácula. Y el PP se resiste a morir y a ser fagocitado. Y Vox quiere ser el PP de Aznar, el de 2002. Y entre ellos no quieren pactar. Porque estos juegos de tronos sólo les interesa a los que juegan en el, pero ellos juegan con la sociedad, la que tienen secuestrada. Porque la política es de tomar el poder y transformar la sociedad en base a los postulados propios. Pero eso no se hace un glorioso día, sea de julio o de octubre, sino en el día a día. Y la sociedad, cuando la democracia funciona, pone unos representantes para que su voz se lleve a término. La gente vota bien, lo que quiere. Es en la traducción en hechos donde la cosa falla. Y, probablemente, sea necesaria la restitución del mandato imperativo.
Al noble pueblo español, ese que en su infinita sabiduría, cuando le dan la opción de unas listas abiertas (al senado) ponen en la urna la papeleta surgida de los partidos, y tan sólo en un 5% de los votos emitidos votan “papeletas raras” con nombres marcados de formaciones distintas entre sí, quiere que se hagan cosas. Y esas cosas que quieren que se hagan son las políticas del día a día. Y no se dan cuenta que las mayores políticas del día a día no las hace el estado ni el gobierno de España, sino las comunidades autónomas. Y por eso y por el sistema de financiación de régimen común, se deberían dar cuenta, dado que el sistema debió haberse revisado en 2014 (y no se hizo) o en 2019, cumplido el nuevo quinquenio del no nato acuerdo, es el que da soporte a las políticas públicas de sanidad, educación, sociales, dependencia y otras, que son el grueso del llamado estado del bienestar. Las comunidades pagan y proveen. El gobierno de españa recauda los impuestos. Y luego un ya veremos, para la paguita, para que esas comunidades que son las que hacen el gasto, pero no ingresan, puedan sobrevivir. Y es que, ahora mismo, los gobiernos de las comunidades autónomas no saben ni de coña como hacer los presupuestos de 2020. Y más allá de Madrid, las quejas y las tensiones son fuertes, y pueden serlo más, en tanto que Valencia puede obtener un trato “privilegiado” y recibir queja de Castilla y La Mancha y Aragón, las tres con presidente socialista, pero es lo de menos. Incluso Ciudadanos, en Aragón parece abrazar el concepto de federalismo fiscal (lo que en la cav y navarra es foralidad y concierto), cuando en andalucia abrazan el principio de centralismo y falso igualitarismo de tasas e impuestos para todas igual. Por más que ahora mandan en Madrid, que, como dijo Juanma Moreno Bonilla en visita a Cifuentes, Madrid es un paraíso fiscal.
Se va a elecciones generales, tras el 28 de abril, el día 10 de noviembre, ambas en 2019. Recuerdo cierto país centroeuropeo que fue a elecciones generales en 1932 y 1933, dos convocatorias por año, y la cosa no salió bien precisamente. De ese estado de cosas hay que huir como la peste. Pero no por conceptos patrimonialistas del poder, sino porque hay gente que no puede permitirse jugar. Que el sistema está planteado para reflejar la voluntad social, del pueblo, en una orientación reflejada en el menos malo de los sistemas que han existido, y no para estar votando cada dos meses, porque, para eso, merece más la pena implementar un modelo asambleario y ya. Pero es que, cuando la culpa es de todos y no de nadie en concreto, la culpa es de nadie y se difumina hasta ser imposible identificar el problema y darle solución. Y es imperativo hacer un buen diagnóstico para hacer un pronóstico. Y es que el asunto debiera ser solucionar problemas, resolver los desafíos, que son muchos, pero eso, hace tiempo que en España se postergan, más allá del vuelva usted mañana.
Zapatero hizo políticas sociales de la sectorialización de la sociedad. No se atrevió ni con la burbuja inmobiliaria ni con el cambio de paradigma de la estructura productiva de España. Rajoy tampoco se atrevió a resolver los problemas territorial o energético de España, que tienen mucha importancia. Y Sanchez se ha limitado, a semejanza de lo que haría un alcalde accidental con un sólo concejal (el mismo) frente a una corporación hostil de 19 concejales, a tirar de decretos de alcaldía, apenas teniendo ni leyes ni presupuestos propios. Y es que se encara el año 2020 con los presupuestos prorrogados de Montoro. De 2018. Hay gente que no puede esperar para sus proyectos. Para sus empresas, sean medianas, pequeñas o micro, para sus negocios, para sus familias, para sus hogares, para sus proyectos, sean personales o profesionales, para trazar las grandes directrices del mañana, pero las pequeñas también. Y en eso, hay que agradecer, y mucho, a Mariano Rajoy.
Mariano Rajoy fue el último presidente de España que gozó de mayoría absoluta. ¿Y de que sirvió? ¿Que hizo con esa mayoría? Quizás es la pregunta que hay que hacerse antes de echar la vista atrás con añoranza. Dejando de lado que, como persona, es, seguro, un tipo de puta madre, y que gane en las distancias cortas. Seguro. Pero no se le valora como persona, sino como Presidente. Ese que tuvo en el PNV a su mejor y único aliado. Porque, cuando se produjo la moción de censura estaba ya sólo. Ciudadanos había dicho que no le iba a dar ni la hora. Por lo tanto no había una mayoría para seguir. O para investir otra candidatura de alguien del PP, en caso de su dimisión. Y de ese punto a ahora, la estabilidad la volaron los ciudadanos. ¿Si? ¿Votando? No, la estabilidad no la volaron los ciudadanos. Ciudadanos puede. Pero luego la gente, a la hora de votar, fragmentó el asunto un poco más y fueron los partidos, las franquicias, las que fueron incapaces de ponerse de acuerdo. Ese es el asunto. Porque habían empezado a pensar en términos presidenciales en un sistema parlamentario. Donde se obtienen diputados y senadores. Y que lo importante es, o debiera ser, la gente. Y no la estabilidad de un sistema desde la cuna. Porque la democracia no es la ley en si, sino como se construye esa ley. Y el tamiz democrático está en que cuanta menos gente fuera de la traducción de la voluntad de las urnas a escaños quede, mejor. Cuanta menos gente quede sin representar al final. Por eso las circunscripciones uninominales son satánicas, tanto que Nick Clegg (vicepremier entre 2010 y 2015) intentó cambiar el sistema donde un 35% puede dar por saco al 65% y mandarlo al desván de los trastos inútiles. Hay que pensar y aprender a pensar. Y actuar en consecuencia.
Hagamos el ejercicio a la inversa. Cuales son los problemas de España. Y cuando se identifiquen, se vean los desafíos que tiene. Cruzar datos, y ver la posibilidad de hacerlos frente. Y probablemente, en territorios como Cantabria empiecen a ver que es mejor la opción de seguir enviando gente del PRC en vez de las formaciones franquicia venidas desde Madrid. O en Aragón a CHA o el PAR, en Valencia a Compromis, en León a UPL, en Avila … y desde lo particular, tal vez hacer una visión del común. O esfumarse del estado, y hacer uno propio. Porque, después de todo, sea cual sea el estatus futuro de Euzkadi, la más tozuda será la geografía, y siempre tendremos la “necesidad” de tener un vecino al que le vaya medianamente bien, siquiera por mero egoísmo, porque las dinámicas, en positivo, se pueden contagiar, pero en negativo también. A Euzkadi no le conviene, nunca, un vecino tercermundista, por más que la mente calenturienta de algunos, sea lo que les ponga. A veces. Y es que lo que hay que hacer ahora, antes de las elecciones generales del 10 de noviembre es ponerles en un espejo, esta es la realidad. Y nos habéis abocado a volver a las urnas porque no queréis ser responsables con ella y queréis seguir jugando. Y, de mientras, desde Euzkadi, seguir siendo responsables, intentando sacar adelante los presupuestos de 2020, los vascos, desde la “tranquilidad” que nos dieron nuestros mayores, como es el instrumento del Concierto Económico, que, mal que bien, nos da una cierta posibilidad para, bien llevado, no depender en todo de los dictados de Madrid. Por más que, si, seguimos necesitando cosas, como las transferencias pendientes y más, que han sido parte del programa electoral con el que el grupo vasco fue a elecciones. Y volverá a hacerlo.
Sin duda, el panorama es complejo, porque no se han citado, porque siempre las hay, pero vale la pena recordar sus nombres, como son el Brexit, la guerra comercial entre China y Estados Unidos, el desarrollo del acuerdo entre Mercosur y UE, el tema del cambio climático, la rivalidad con Rusia, en Ucrania, Georgia y otros, de la propia UE, que necesita reinventarse, las guerras en siria y yemen, implicando esta la tradicional lucha de guerras de religión (igual os acordais cuando protestantes y católicos se pegaban en el siglo XVI, pues lo mismo, pero ahora, con sunis y chiis) entre Irán y Arabia Saudi, con los hidrocarburos por medio, o la situación de la china meridional. Conflictos y geopolítica. Malos tiempos para la lírica, o, mejor dicho, para que Pedro Sanchez se ponga con la lira en la cima de la colina a decir, con el manual de resistencia en un lado, y con el poeta Ivan Redondo al lado, recordar lo resilente y tenáz que es. Que lo es. Pero no es suficiente. Habría sido el momento para poner en valor la fortaleza y la estabilidad en un mundo fluído e inestable, pero eso no ha pasado. Y eso empezó con Rajoy. Y de ahí a ahora, despeñarse por el precipicio de la indolencia y la inacción. Ese es el drama que revela volver a las urnas, porque, como sucede en un referéndum, el hecho de votar no es sólo ese, sino implica un largo proceso por delante, para poner las circunstancias en las que se va a votar, dando contenido a ese hecho, y posterior, dando resultado a ese hecho. Sin esas alas, la urna se queda atada al suelo. Y la voluntad popular, la vocación expresada libremente en la urnas no sólo debe ser acatada, sino respetada y cumplida. Y en esa labor han fallado los de las cinco franquicias políticas con sede en Madrid. Y, en Bizkaia, dan la opción de enviar al cuarto de la lista del PNV al congreso. Un grupo vasco de 7 es mejor que 6. Valorar para que se va, y que se hace con el caudal de fuerza recaudada. Vota a quien responde a tus espectativas. Y, por ello, creo firmemente que la opción sensata, desde Euzkadi, es seguir dando la confianza a EAJ-PNV, porque, a pesar de lo que se diga, no vamos a Madrid para poner o quitar presidente del gobierno, sino para velar por los intereses y anhelos de vascas y vascos, hayan votado o no a la candidatura de EAJ/PNV. Por eso, ayer, hoy y siempre, el mejor valor es defender lo propio desde lo propio. Y si pudo servir de algo, con el acuerdo de pensiones, que se hizo con el grupo vasco y el gobierno de Rajoy y sirve a la gente, pues mejor. Para todas y todos. Por eso, grupo vasco, ayer, hoy y siempre. Y a Mariano Rajoy Brey, ante todo, visto lo visto, pues gracias por todo. Y Adéu.
A veces es difícil de entender de qué va la película, pero es que la convivencia en un grupo amplio es igual, en principios, a cualquier colectividad humana, donde la pluralidad de orígenes, de realidades físicas, fisiológicas, culturales y demás, conforman realidades distintas que conviene ensamblar, y que no es tarea de un día, y debe ser siempre actualizado. Para una convivencia sincera en una comunidad, en lo que hoy conforma un estado, que como el español, consagra la unidad junto al reconocimiento de la autonomía de nacionalidades y regiones (art 2) es necesario un espacio común. Un espacio compartido por una mayoría de ciudadanos, que no se ponga en cuestión en las elecciones que se produzcan, incluyendo las electorales, claro está. Una realidad que se debilita cuando no existe ese sustrato común, en todo o en parte (cosas del siglo XIX, fundamentalmente, con vascos y catalanes, pero no sólo) pero es que además dentro de los partidos españoles se empieza a ampliar y profundizar el punto de desencuentro, dejando jibarizado el espacio común como patrimonio del conjunto o de grandes mayorías. Y eso significa una crisis sistémica y profunda, y eso significa un porvenir de conflicto y difícil alcance de acuerdos. De ahí surge que, cuando ha desaparecido el bipartidismo, la estabilidad brilla por su ausencia. y entre las soluciones, o bien se aprende a tejer nuevos puntos comunes sobre los que poder llegar a acuerdos en el futuro, donde las partes queden suficientemente satisfechas con lo que son y aspiran, o los españoles empiezan a «votar bien», retornando al bipartidismo. O por la calle de en medio.